Acostumbro a recorrer a pié el camino que une mi casa con el trabajo y cada mañana uno puede encontrarse con distintas situaciones que te alegran, te deprimen, te entristecen, etc., en definitiva, momentos de la vida cotidiana de los que uno es actor o espectador. Precisamente quiero contar aquí una de esas acciones en las que he sido espectador y, la verdad, me ha causado indignación y tristeza. A pocos minutos de casa cruzo junto a una obra en la que están construyendo una nueva vivienda y escucho una conversación entre dos de los albañiles que allí trabajan. La conclusión que saco de ella es que uno de los “currantes” está trabajando a la vez que cobra el paro. Al poco de digerir lo escuchado me entra mal humor y empiezo a pensar cuántos de esos casi cinco millones de parados son realmente “parados” y, al igual que el señor de la obra, cobran el paro a la vez que trabajan, o sea, nos estafan. En España el hecho de estafar al Estado, de no pagar impuestos, es algo común y, al parecer, el que paga es porque no tiene dos dedos de frente. Ahora entiendo porqué en este país de risa no ha habido todavía una revolución: en vez de parados tenemos a ladrones de guante blanco. Lo peor de todo es que esta gente, por llamarla de alguna manera, no es en absoluto consciente del daño que está causando a la sociedad y al futuro de sus propios hijos. Entre los grandes estafadores (bancos, políticos y grandes empresarios) y los estafadores de tres al cuarto, el estado de bienestar se está yendo al garete. Cuando el sistema sanitario sea como el de esa “gran democracia” llamada Estados Unidos de América, lloraremos. Necesitamos gente honrada de una vez.
Salud y República